martes, 18 de marzo de 2014

De personajes que aparecen para destrozar: Silence

Para un escritor, sus personajes son como sus hijos (soy padre a los 16, pero no es mi culpa, que conste). Y ¿sabéis eso de que la cigüeña trae al bebé? Bueno, pues aquí tiene que pasar eso. Porque hay veces en las que aparece un personaje que hace que olvides a los demás y te lances a escribir sobre este nuevo, quitándote tu tiempo, tu mente... E interfiriendo en tus apuntes. Y os vengo a hablar de uno de ellos, uno de esos nuevos que destrozan todo a su paso, del que ya os puse un fragmento anteriormente: Silence

(sigue leyendo para saber más sobre ella)





No, ese no es su verdadero nombre. ¿Que cuál es? Digamos que...





Pues eso. El caso es que apareció así, de repente, y pronto comenzó a hacerse lugar en mi mente, apartando los demás pensamientos e historias, haciendo que escribiese sobre ella en mis apuntes. Hasta que hice el relato. ¿Queréis leerlo? Lo tendréis. Pero abajo. Primero hablemos un poco sobre Silence
Aunque no estoy seguro de cómo surgió, sí os puedo decir que influyó la canción I kissed a girl, de Katy Perry. 
Es un personaje que tiene mucha historia detrás y que, además, tiene dos etapas en su vida, en las cuales se ve una gran evolución, porque no solo cambia de aspecto, sino también radicalmente de actitud. 
¿Habrá novela? Es posible, tirando a "seguramente sí". Pero el tiempo lo dirá. Por el momento, sí, lo sumo a mi lista de proyectos, aunque, como con todos, cualquier día puede desaparecer. Aunque, al menos, Silence ya tiene su hueco en mi mente y ahora algo me dice que sí que la escribiré. 
En cualquier caso, aquí tenéis su relato, del que, como he dicho al principio de este post, ya os puse un fragmento. Ahora, es hora de que sepáis quién es. ¡Disfrutadlo!


Silence

«Y es que, por mucho que queramos, somos como somos. Y eso no se puede cambiar. Hablan y hablan, diciéndote que eres un error, que no estás bien. Pero nadie se esfuerza por conocerte y comprender que eres el mismo de siempre, y que un aspecto tuyo no te define completamente. En resumen: la sociedad es gilipollas.
Y da asco.»

Ignorando el sonido de los truenos que amenazaban desde la lejanía, mantenía la vista en aquel cartel.
«Bienvenidos a...»
No leyó el nombre del pueblo, pues sabía que, si lo hacía, le traería recuerdos dolorosos, esos que jamás podrá olvidar. Después de todo, su historia comenzó ahí. No esa que cuenta cuando se ve obligada, que ha creado para endulzar ligeramente su vida, sino la verdadera, la de aquella asustada joven de cabellos negros como una noche sin luna.
En ese momento, convertida en toda una mujer, había regresado para encontrarse a sí misma, recordar su nombre, aquel que hacía tanto tiempo que había olvidado.
―¿Se ha perdido, señorita? ―la voz provenía de un hombre de unos treinta y cinco años, con traje y corbata. Uno de esos pocos ricos del pueblo.
―No, señor, gracias.
El hombre se dispuso a seguir su camino, pero ella le detuvo con un grito.
―Perdone, sí hay una cosa que me gustaría saber: ¿sigue viviendo aquí la familia Arencov?
―Sí, señorita, así es.
―Está bien. Gracias.
Con un movimiento, el caballo siguió el camino, entrando al pueblo. En cuanto cruzaron la puerta, ella completó la frase del cartel.
«Bienvenidos a la tumba de la vida».

Vio la parte de la ciudad donde la gente pobre (que venía a ser la mayoría) vivía. Las casas estaban llenas de agujeros, con ventanas rotas cuyos agujeros habían sido tapados con tablas de madera que impedían que entrase completamente la luz del sol. Hogares sin chimenea, sin ningún tipo de calefacción; congeladores en invierno, hornos en verano.
Ataúdes durante todo el año.
Los habitantes de aquella zona eran desgraciados, levantándose cada día con la misma pregunta en la mente: «¿Moriré hoy?». Ropas sucias, desgastadas, rotas; algunos sin zapatos, y todos sin humanidad. Meras máquinas sin vida utilizadas por los más ricos.
―Perdone, señora, ¿me podría dar unas monedas? ―dijo una voz aguda a su lado, casi rota.
Era una niña que tendría entre 8 y 10 años, pequeña y sucia, con una camiseta azul rota y grande que le llegaba hasta las rodillas. Sin zapatos. Y las lágrimas que estaban a punto de caer por su cara mostraban la mala situación por la que pasaba.
Le dio una bolsa llena de monedas, acto ante el cual la muchacha se sorprendió, rompiendo a llorar de alegría.
―Oh, gracias, Dios te bendiga. Ojalá te dé muchas riquezas y todas las cosas buenas del mundo.
Le habría gustado responderle: «Dios no existe; al menos, no para mí», o «Nunca lo ha hecho, dudo mucho que ahora lo haga», pero tan solo le sonrió. Después de todo, era una simple niña, y no quería fastidiarle la infancia igual que se la fastidiaron a ella.
Prosiguió su camino, dejando atrás la pobreza para llegar a la luz, la riqueza: una casa de ladrillo, bien cuidada, con jardín, parecida a una mansión pero de tamaño mediano, se alzaba ante tanta mala vida en una zona de prados y verdes árboles. Dos mundos tan juntos, pero tan distintos.
A su cabeza volvieron todos los recuerdos del pasado, provocándole un dolor en el pecho que se podría calificar como mortal.
Eso es que no sabes lo que quieres. Eres demasiado pequeña.
Siguió avanzando hasta la puerta.
Eres repugnante.
Llegó ante la reja, y la abrió. Siempre la dejaba abierta.
Vete de aquí, ¡y no vuelvas!
Con porte firme, aguantó las lágrimas que luchaban por salir. Pero si no lo habían hecho desde hace meses, esa vez tampoco.
Si te ven, no digas que soy tu madre. Porque...
Tocó a la puerta, fijándose en el emblema de arriba: un pez espada.
mi hija está muerta.

Estaba fuera, en los prados, cuando una joven muchacha de no más de 28 años, criada suya, de pelo corto castaño y ojos amarillos fue hacia ella, pálida.
―Señora, tiene visita ―le informó, asustada.
―Vaya, no esperaba a nadie. ¿De quién se trata?
―Es... ―intentó pronunciar su nombre, pero no pudo―. Es ella. Su... hija.
El rostro de la mujer se volvió serio de repente. Y la ira y el sentimiento de asco afloraron más que la añoranza de aquellos tiempos de paz.
Fue al salón, donde se encontraba la invitada tomando té, la cual, al verla, se levantó, y pudo examinarla de cerca. Había cambiado tanto en aquellos años: su pelo negro era corto, con las puntas de color morado; sus ojos azules mostraban más fuerza, más decisión; y llevaba una chaqueta azul bastante gruesa, unos pantalones negros como su pelo y unas botas azul oscuras, y este estilo mostraban una cierta estabilidad económica, incluso se podría decir que derrochar un poco no le haría mucho daño.
―Te dije que no volvieses ―le dijo la mujer―. Vete de aquí.
―No me iré, madre.
―Yo no soy tu madre, mis hijas murieron.
Aquella sonrisa maliciosa y falsa que tenía en su cara desapareció inmediatamente.
―Está bien, Mariel, discúlpeme.
―Qué quieres.
―Impaciente como siempre ―suspiró ella, divertida―. He venido a por lo que me pertenece.
―A ti no te pertenece nada. Lo perdiste todo cuando dejaste esta casa.
―Vosotros me obligasteis.
―Porque no te mereces vivir aquí. Además, ¿crees que no sé que fuiste la responsable de la muerte de tu hermana?
Otro golpe en su pecho.
Eivina.
―Siempre habéis estado igual, culpándome de todo, como si yo no fuese nada.
―Ah, ¿acaso lo eres... desviada?
Abrió los ojos, impactada. Cuántas veces le habrían dicho esa palabra, tanto ellos, sus padres, como la gente de fuera.
―¡Soy tu hija, quieras o no! ―chilló, sin poder controlarse, algo para nada normal en ella.
―Te he dicho que mis hijas están muertas.
Apretó los dientes, notando cómo la electricidad de su cuerpo pedía la venganza a por la que había venido.
―Me infravalorasteis, me insultasteis, me destrozasteis por dentro hasta tal punto que perdí las ganas de vivir. ¿Y todo por qué? ¿Por enamorarme?
―Te enamoraste de la persona equivocada. No eres normal.
―¿Porque me enamoré de una mujer? ¿Es eso? Me dais tanta pena tú y padre. Tan antiguos, tan... sumamente idiotas que podríais ser perfectamente manejables por cualquiera.
―No pienso permitir que nos insultes de esa manera, y menos en nuestra propia casa. Sal de aquí ahora mismo o llamaré a la guardia.
―He dicho que no me iré hasta conseguir lo que quiero.
Era imposible aguantarse, era incontrolable. Pronto estallaría si no se calmaba.
―Vete.
―He dicho que no.
Notaba cómo saltaban chispas.
―Y qué quieres.
Lo pensó detenidamente. «Venganza», quiso decir, pero solamente le salió la verdad:
―Que me aceptéis conforme soy.
Por un momento, pareció que la madre dudaba y que en su rostro se veía algo de humanidad, pero fueron unos breves segundos.
―Si...
―Silence ―le corrigió rápidamente ella, sabiendo qué iba a decir.
―El caso es que es imposible. Jamás te aceptaremos si no dejas que te ayudemos. Estoy segura de que encontraremos algún modo de curártelo y...
―¡NO HAY NADA QUE CURAR! ―gritó.
Un rayo surgió de su mano hacia la ventana, que se rompió en pedazos. Sorprendida, su madre la miró con miedo.
―Eres un monstruo. Eso es, eres un monstruo.
―No soy un monstruo ―le respondió, con lágrimas en los ojos.
―Sí, lo eres. Un monstruo horrible, un error de Dios. No sabes cuánto lamento haberte parido. Deberías haber muerto.
―¡NO SOY UN MONSTRUO! ―chilló, con furia.
Un trueno sonó cerca y, al segundo, un gran rayo impactó contra la casa, rompiendo cristales y haciendo que ardiese en pedazos.
Silence salió corriendo, cogió su caballo, y cabalgó fuera, lejos de allí.
Pero antes, pudo ver el establo ardiendo en el que ella siempre se escondía cuando tenía ganas de llorar, prometiéndose que sería fuerte y no volvería a llorar nunca más, algo que nunca llegó a cumplir. Y en ese momento, volvió a su memoria un recuerdo que le hizo acordarse de quién era ella:
―Me gustaría ser tan fuerte y valiente como tú, Eivina. Pero creo que nunca lo conseguiré...
―Lo harás, pequeño trueno, algún día llegarás lejos y serás grande. Porque tú eres 








1 comentario:

  1. Te quedan horas para reclamar por donde sea espejo, te aviso :P. Xa-LFDM

    ResponderEliminar

No hay nada más gratificante después de leer una entrada que comentar. ;)